sábado, 16 de junio de 2012

LA FIDELIDAD

Primer Premio "Concurso Literario en homenaje a Guillermo Enrique Hudson 2012" organizado por el CIRCULO LITERARIO VARELENSE.

Mención de Honor "XX Certamen Literario y Artístico MI CIUDAD 2012" - Florencio Varela

Seleccionado entre los cinco mejores trabajos presentados en el Proyecto: "Deseos" del grupo literario "Un Café entre Literatos" - Madrid - España (Setiembre 2012)

Premio "Juan Luzian 2012" - Décima edición del Mes de las Letras - Chascomús



La elección de Lola, (así la llamaba Antonio, nunca se supo su verdadero nombre e identidad), siempre había sido un tema de discusión en el seno familiar, es más, no aceptaban esa decisión, ni justificaban su presencia en la casa; casi la despreciaban, la ignoraban; no entendían como Antonio, un ser bastante frío y distante le hubiese prestado tanta dedicación y afecto.

El día había amanecido plomizo, era una mañana fea, (si vale el calificativo para una condición meteorológica), caía una persistente llovizna; la casa estaba gris, más pálida que otros días, la humedad se podía oler, la tristeza también.


El gran patio, lugar de interminables recorridas, encuentros y hermosos momentos estaba en silencio, los pasos tempraneros de Antonio, desde hacía un tiempo estaban ausentes.   El dormitorio parecía una gran caverna; en la semipenumbra iba y venía gente desconocida, de sus rostros se desprendían muestras de dolor y amargura; Lola, observaba todo en soledad, con su pequeño cuerpo encogido en un rincón de la cocina no quería aceptar lo que estaba pasando, el llanto de familiares que habían llegado era el coro de la desgracia, no concebía esa indeferencia con que la trataban habitualmente.


Retiraron el cuerpo de Antonio de aquel oscuro y húmedo dormitorio en una caja de madera, los señores hacían el trabajo lentamente, con gestos adustos tomaron las manijas laterales de la brillosa caja y encararon por el largo patio desde la última habitación hasta la puerta de calle; Lola en silencio observó como se llevaban al único ser, quizás…, que le brindó afecto a su vida, mientras que no entendía la indiferencia y el desprecio familiar que terminó venciéndola.


La casa quedó en silencio, más fría, húmeda y vacía; Antonio ya no estaba, el ruido de sus zapatillas arrastrándose por el patio tampoco, el acostumbrado “toc, toc, toc” de su bastón sobre las derruidas baldosas se había ido en esa brillante caja.

Lola recorrió lentamente los rincones de la casa, sumó angustia a los recuerdos, se guareció nuevamente en la cocina, lugar donde había compartido sus mejores momentos con Antonio, no le encontraba sentido ni respuestas a la soledad que sentía en ese momento, ni una explicación, ni una palabra, nadie que la contuviera, nadie que la protegiera…, tan solo frío, humedad y silencio.


Pasaron las horas, ya el tiempo no tenía sentido sin Antonio, pensó…; se hizo la noche, nada había cambiado, seguía lloviendo, hacía frío, todo oscureció de a poco, ni una luz en la casa, ninguna presencia; muy dentro de ella una gran tristeza la invadía, se avecinaba la soledad, el olvido, el desaprecio, la falta de amor.


El velatorio de Antonio se realizaba en la única cochería del pueblo, a varias cuadras de su casa, última morada que habitó por años desde chico con su familia y luego por la decantación misma de la vida fue quedándose solo… hasta que una tarde de primavera caminando por el pueblo conoció a Lola.

Para no caer en lugares comunes, no se puede decir que “fue un amor a primera vista”, quizás una necesidad mutua…, mas precisamente, dos almas en soledad que el tiempo y el destino quiso que se cruzaran; pero a partir de aquella tarde septembrina nada fue igual para los dos, Antonio y Lola pasaron a ser un solo ente… Paseos por el pueblo, compartir comidas, profundas miradas, gestos de satisfacción, algunas caricias, entender los silencios, respetarse los tiempos, disfrutar las alegría, los encuentros, los mejores momentos…; esos momentos…, esos instantes…, esa felicidad que ya no volverá, pensó Lola mientras meditaba, quizás su última y acertada decisión de vida.

Dio varias vueltas por la oscura casa en búsqueda de alguna otra alternativa, se acercó a la desolada habitación de Antonio, por un momento se sintió feliz al reconocer el aroma familiar de sus pertenencias, grabó en su mente por última vez esos olores y decididamente abandonó la casa, ya no tenía sentido permanecer en ella; no tenía preciso su destino, pero se sentía segura de su instinto.


Los momentos culmines del velatorio de Antonio estaban llegando inexorablemente, ya había amanecido en el pueblo, arribaban algunos parientes de lejos, sus amigos de años lo comenzaban a extrañar, era el momento de la última despedida, esa que duele tanto, ese momento final y sin retorno.


Fue en ese preciso momento que tanto parientes como amigos quedaron perplejos al ver entrar a Lola en la sala…, con toda la tristeza en su rostro…, fatigada, pero satisfecha…., caminó lentamente, recorrió con su húmeda mirada a cada uno de los presentes y se echó debajo del cajón de Antonio… Nadie dijo nada, la dejaron solita para que se despidiera de su amo. En ese instante, todos entendieron, que el amor de una perra es fiel hasta la muerte.     

2 comentarios:

  1. me emocionó mucho, será por mi amor a los animales (algunas veces creo que los quiero más que a las personas), me sorprendió el final, felicitaciones y por supuesto, voy a leer mas cuentos

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  2. Hola Luis. Soy Sebastián Peralta de www.ecosdemoronsur.com. Si me permitís podría publicar tus cuentos en mi sitio. Tenemos una sección de cultura y uno de los espacios está dedicado a lectores que quieran publicar cuentos cortos. Si estás de acuerdo estaremos muy agradecidos de contar con tu colaboración.
    Saludos cordiales,

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