domingo, 28 de julio de 2013

UN RELACION DIFICIL

Ya estaban discutiendo otra vez en la sala de reuniones, a voces descarnadas como “perro y gato”, intentando imponer a fuerza de gritos el criterio de cada uno.

Siempre que se juntaban, saltaban chispas. Raro de entender que sus jefes aún les siguieran encargando los mismos proyectos.

En  el fondo sabían que eran los mejores en lo suyo, capaces de vender cualquier campaña publicitaria al más obcecado de los empresarios, y eso era bueno para la agencia, pero el costo era alto.

Eso es lo que sucede cuando se intenta juntar dos personas con tanto carácter. Tan iguales, en principio, y sin embargo tan distintas. Quizá eso les hacia ser un combo perfecto, complementándose, supliendo las carencias el uno al otro, aunque eso fuese algo que ninguno de los dos sería capaz de reconocer.

Roberto era lo que podríamos llamar un “profesional íntegro”. Un hombre afable, con aspecto simpático, pero terco en sus decisiones.

Tenaz y trabajador al máximo y de gran inteligencia e intuición, de ideas fijas, al que le faltaba quizá un punto de creatividad que ella completaba a la perfección.

Eva era una mujer sensualmente inteligente, más  joven que él, discreta y modesta, pero firme y segura del papel que jugaba en la empresa. Eso a Roberto le molestaba de sobremanera.

Tenía que vérselas con demasiados hombres y eso le había creado mecanismos de defensa dignos del mejor acorazado. Con alto poder de convicción.

Ambos profesionales tenían ideas geniales, autenticas bombas publicitarias de esas que dejan huellas, pero no se soportaban, eran incapaces de pasar un rato junto sin acabar discutiendo por la razón más nimia. Todos lo sabían en la oficina y ellos tampoco hacían nada por intentar disimularlo.

Jamás se sentaban juntos a no ser que fuera imprescindible. No se los veía mantener una conversación privada. Ni se miraban cuando se cruzaban por la oficina. Una relación tensa e incómoda.

Y aun así, incluso teniéndose esa agresividad profesional, casi irracional, cuando se unían en un frente común la genialidad de ambos desbordaba dejando deslumbrados a jefes y clientes.

La discusión que ahora mantenían podía oírse por toda la fábrica, se filtraban los gritos de la sala de reuniones,  pero nadie tenía valor para poner orden, ni tan siquiera para interrumpirlos. Eva quería imponer su criterio, como de costumbre, llevando la causa a su terreno, pero Roberto estaba convencido de que en aquel proyecto había que darle un giro de ciento ochenta grados. Como era de costumbre, ninguno daría su brazo a torcer.

Todo termino abruptamente cuando él abrió la puerta exacerbado, casi gritándole:  — ¡Me volves loco!

A lo que ella le contestó en forma desafiante:  — ¡Lo sé, es lo que quiero! -  quedándose con la última palabra ante la vista de los jefes, que atónitos no sabían cómo terminaría el proyecto.

Roberto cerró la puerta con un sonoro portazo, cruzó la oficina con paso decidido y gesto visiblemente malhumorado, fue directo al ascensor; se perdió en la noche…

A los pocos minutos salió Eva de la sala de reuniones.

Sonriente, victoriosa.  La alfombra amortiguaba el golpe seco de sus pasos. Segura y satisfecha.

Tomó su bolso, acomodó algunos papeles, mientras miraba desafiante a sus jefes, encendió un cigarrillo y se encaminó al ascensor

 Cuando llegó a la calle, paró un taxi con un gesto altivo. En apenas veinte minutos estaba en la puerta del hotel Puerto Madero.

Cruzó el loby decidida, como quién concurre frecuentemente en busca de aventuras, sin titubeos se mostraba gentil, distendida…, casi excitada.

Al llegar al noveno piso, golpeó con los nudillos la puerta de la habitación novecientos once, bajó su rostro en signo de sometimiento…

Al abrirse la puerta, sintió una mirada plena de ternura que la excitó más todavía. Eva en silencio no abandonó  ese gesto de sumisión.  

Roberto, la miró fijamente, le tomó entre sus manos el rostro y con una sonrisa complaciente le murmuró: — Me volves loco.

A lo que ella le respondió: — Ya lo sé…, es lo que quiero…

 

 

 

 

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