domingo, 28 de julio de 2013

LA PLAZA DE TRINIDAD

Casi todas las tardes la plaza se viste con los mejores colores del recuerdo de la época dorada del pueblo, llegan turistas, se encienden luces, se escuchan risas, botellas que se descorchan, música de un pasado no muy lejano; parecería que por unas pocas horas todo volvería a ser como alguna vez lo ha sido.

Trinidad es por hoy un pueblo chato, arenoso y casi olvidado, pero bien recordado por muchos; nada que ver con sus tiempos de esplendor, cuando caminaban sus calles los soldados, obreros, empresarios, nada que ver con esa Trinidad pujante de los años 50´.

El pueblo se fue muriendo con el cierre de sus fábricas, el traslado del batallón del ejército, la sequía de los yacimientos y pozos de agua; con los años todo se fue desdibujando con una crueldad imposible de comprender.


Los pobladores de un día a otro fueron abandonando sus casas, sus comercios, desaparecieron hasta los perros; solo quedaron , como fantasmas inmersos en el pasado, las personas mayores que no tenían posibilidades para otra vida; en unos pocos años Trinidad desapareció hasta de los mapas.

Entre ese desperdicio humano que fue quedando en el pueblo, están las viejas meretrices que en los tiempos de abundancia supieron ser la alegría y el desenfado de todo hombre que llegaba a la zona; Trinidad, además de su riqueza industrial y comercial, supo tener las mejores putas y eso también le sirvió para crecer.

Siempre han vivido en Trinidad las más bellas mujeres, dedicadas al noble arte de servir al prójimo, motivo por el cual la fama se fue extendiendo por todas partes, de modo que no sólo llegaban a él clientes de los pueblos cercanos, sino también de la Capital, y hasta de otras provincias, tanta era la hermosura de las mujeres que vivían en Trinidad.

También llegaban al pueblo muchas jóvenes que deseaban probar fortuna, pues cuando una niña era muy bella, y tenía vocación de servicio, sus allegados le aconsejaban: “Deberías irte a vivir a Trinidad”. Y fue así como el pueblo se fue convirtiendo en un gran burdel, lleno de hermosas samaritanas dispuestas a alegrar la vida de los hombres tristes.

Durante mucho tiempo, aquel pueblo prodigioso alimentó las fantasías y calentó los corazones de empresarios, obreros, soldados y cuanto hombre solitario que requiriera de atenciones amorosas

Pero los buenos tiempos de Trinidad han pasado. Ya no llegan jóvenes en busca de un futuro promisorio, y las pocas putas que aún quedan en el pueblo son ya muy viejitas, todas usan gruesos lentes y dentaduras postizas, y caminan lentamente dando pequeños pasitos y ayudándose con sus bastones.

Nadie sabe cuántos años tienen las putas de Trinidad, ya no cumplen años y siempre se cuidaron de contarlos, hace muchos, muchísimos años que han dejado de llegar a él muchachas jóvenes. Los ancianos más memoriosos de los pueblos vecinos narran que alguna vez pasaron una noche de pasión en Trinidad, y algunos hasta recuerdan, con cierta nostalgia viril, hechos escabrosos y hasta los nombres de las chicas que los acompañaron.

Hoy, esas tiernas y adoradas viejitas se reúnen por las tardes en la plaza a recordar y hablar de los tiempos de oro, cuando todo el pueblo era una fiesta de amor, y las luces de las casas quedaban encendidas hasta altas horas de la madrugada, y había baile y se bebía y se amaba al prójimo; el anecdotario es inmenso y también sus fantasías.

Como la mayoría de ellas ya ha perdido la memoria, los relatos son en general inventados, de modo que la historia del solitario pueblo se va enriqueciendo cada vez más con fantásticos relatos sobre supuestos “reyes y príncipes famosos” que alguna vez pasaron por allí.

Ya ninguna de ellas puede trabajar, porque apenas sí pueden con sus vidas, algunos turistas que se acercan a la región les llevan bolsas con alimentos y bebidas, y así sobreviven las pobrecitas. Cada vez que ven llegar a uno de esos turistas, ellas creen que se trata de un nuevo cliente que viene a verlas, y le brindan toda clase de honores, disputándose el privilegio de atenderlo.

Ahora el pueblo es visitado por más gente gracias a esas prostitutas que todas las tardes frecuentan la plaza central llenas de anécdotas; los turistas ávidos de escuchar fabulosas historias se acercan con sus bolsas y canasta de alimentos y bebidas para compartir pasajes sobre las épocas doradas del pueblo de las putas.

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