domingo, 28 de julio de 2013

EL TRIÁNGULO DE DOS

Su historia hasta entonces, había sido rutinaria y aburrida como pocas. Se puede decir que su vida empezó al conocer a esa extraña pareja. Saliendo de esa monotonía  que era el eje de su vida, descubriendo sensaciones desconocidas y que hasta entonces le eran negadas; inclusive a vivir situaciones de infidelidad que nunca habían pasado por su cabeza.

Verónica y Miguel era una pareja anormal, dispar; relacionada de años, pero ahora fracturada, sin sentimientos, indiferentes, casi ausentes uno del otro. La continuidad de los estados etílico de Miguel habían producido esa desigualdad de armonía que el matrimonio supo tener; las borrachera eran continuas y su abandono total.

Todo ese cuadro presagiaba, que de alguna forma, parecían predestinados a conocerse los tres y acabarían enlazando sus vidas de una forma promiscua.

 

Verónica era una mujer elegante, de carácter frágil. Sus preciosos ojos azules eran de tal transparencia, que ella los escondía tras una mirada esquiva, en la certeza de que eran incapaces de disimular lo que tanto se afanaba en esconder.

 

Su origen humilde, había dejado en ella un sentimiento de inferioridad que la hacía sumisa hasta lo imposible. Siempre intentando agradar los caprichos y desvaríos de Miguel, un abandonado borracho, de físico imponente y sonrisa sórdida, que ya había dejado atrás sus mejores años y a sus innumerables conquistas, que ya empezaban a ser una falsa historia.

 

La constante embriaguez de Miguel le impedía percatarse de lo ridículo de su comportamiento. Con una continua inestabilidad al andar, desalineado, sucio y con un aliento fétido. Sus celos, su creciente frustración y sus desahogos con Verónica, se tornaban cada vez más frecuentes, violentos y excesivos.

 

Aquella noche comenzó una relación inesperada para Verónica, es más, impensada en una persona como ella, de una formación tan estricta y bajo un recio control de su esposo. Fue en una fiesta del pueblo a la que Miguel le gustaba ir para beber en exceso.

 

El marido, más borracho que de costumbre la perseguía con su mirada nublada, su gesto irritado denotaba que perdía el control sobre ella, sus movimientos, con quien conversaba, si reía o festejaba; los tragos, uno tras otro le hacían perder toda perspectiva. Esa  sensación no escapó a Verónica quien se sintió liberada de la mirada estricta de su marido y se fue apartando de su alcance. Ese fue el comienzo de todo.

 

Ya sin la presión de Miguel se propuso a disfrutar la fiesta, se acercó a la barra con la intención de probar un trago; en ese instante el aroma de un suave perfume la sobresaltó, hacía tiempo que no disfrutaba de un placer así, giró su cabeza y sus ojos azules se encontraron con otros verdes, se miraron con cierta insistencia, no se conocían, se acercaron más con cierta atracción, siguieron disfrutándose mutuamente en total silencio; al intentar tomar unas copas de la barra se rosaron con suavidad sus pieles y sonrieron.  Miguel, ausente de su entorno caía en un sopor que le hacía perder todos los sentidos.

 

El encuentro fugaz y apasionado continuaba un camino sin retorno,  aprovechando el sueño de su marido, Verónica optó por aceptar la invitación y abandonar el gran salón de la velada hacía un sitio más reservado;  apartarse de la gente, el ruido y de Miguel; la hizo disfrutar una cierta libertad incomparable; esa sensación la compartieron en privacidad, el clima se transformaba y flotaba una armonía que no desperdiciaron, empezaron con caricias, abrazos, mutuos besos, apasionados; se recostaron sobre la alfombra y dejaron fluir toda la pasión, desordenada, sensual, oral, sexual. 

 

Así permanecieron disfrutando ese romance por mucho tiempo a escondidas de Miguel, había veces que era tal la borrachera de éste que ni se percataba  lo que ocurría delante de sus narices, entonces los cuidados eran menores y los encuentros más prolongados en la casa de Verónica, inclusive bajo el riesgo de descubrirse.

 

Fue así que una noche, Miguel trastabillando grotescamente se encaminó al dormitorio, abrió la puerta y le gritó a su mujer:   - Me pueden dejar la cama que quiero dormir –

A lo que su esposa con esa notable obediencia siempre puesta de manifiesto ante los embates de su marido le respondió: - Si querido, ya salimos, pasa que Ana no se sentía bien, se recostó un rato y la estoy cuidando -

 

 

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