Acostumbraba
a salir con pibes mayores que ella, con el que tenía moto o algunos con autos,
los maltratos que recibía eran similares, la llevaban al parque Chacabuco, a
los hoteles alojamiento de Flores o por las calles oscuras de Caballito.
Las
pocas veces que ella se juntaba a jugar con los chicos de la cuadra, todos se
empecinaban en parecer tipos duros y ella, participaba con la espontaneidad
propia de su edad, de una chica más.
A
Jorge, siempre le quedó aquella idea de la niñez, aquellos recuerdos perversos
y deseos de haberse revolcado con “La Tutti”.
Todo
eso lo pensó en un segundo, pese al tiempo pasado, el día que la volvió a ver;
fue en una exposición comercial a la cual había asistido en su calidad de
empresario.
“La
Tutti” oficiaba de promotora en un stand. Seguía lo mismo de impactante, quizás
más. Al principio no lo reconoció, pero tras cruzar un par de miradas se dio
cuenta.
Se
acercaron y se saludaron efusivamente. Se la veía bien. Ella le preguntó por
los amigos del barrio. Jorge contestó que no sabía nada de ellos, que les había
perdido la pista hace muchos años.
Recordaron
viejos tiempos, rieron, sacaron a relucir anécdotas de la niñez, compartieron
un café. Distintos puntos de sus vidas coincidieron; dialogaron como viejos
amigos; en parte, como profesionales. Así por arriba ella tocó el tema de su
juventud, del barrio, de lo mal que la había pasado, sin nunca demostrarlo y
haciendo una vida equívoca para disimular.
Ya
desde la óptica adulta y con el paso de los años, aquello no había sido tan
grave; quizás –una visión de pendejo caliente- pensó Jorge.
Hoy
“La Tutti” era toda una mujer y nadie podía reprocharle nada.
Se
saludaron con un beso y ella volvió con sus colegas. Jorge siguió de recorrida
por la “expo”. Ahora, no podía quitarse de la cabeza lo jodida que fue la adolescencia
de esa piba. Su único delito había sido “tener el sí, flojo” y el alma cerrada
con siete llaves; nunca se le conoció un novio. Ella se acostaba con sus amigos con la misma
naturalidad con la que otras se recogían el pelo. Ella no se enamoraba nunca.
Ella aguantó el estigma que de ser la chica más puta del barrio. Una etiqueta
que le pusieron aquellas que envidiaban su seguridad con los hombres o aquellos
que nunca pudieron estar con ella.
Quizás
todos lo exageraron y posiblemente no se acostara ni con la mitad de hombres
que le atribuían. La cuestión es que las habladurías llegaron a tal punto que
sus padres tuvieron que mudarse y dejar el barrio.
Por
eso Jorge, al verla esa noche, femenina, rotunda derrochando insinuación a cada
paso. Viendo como todos los hombres se la comían con los ojos. La entendió perfectamente.
Al
abandonar la exposición la dejó hablando con otro empresario;
-como
fue siempre-, pensó; -la suerte de otros- Ella escondía en su vicio su virtud, le deseó
que tuviese suerte y que se lo llevara a la cama.
Esa
noche para Jorge, “La Tutti” dejó de ser la chica más puta del barrio para
pasar a ser una mujer valiente a la que le ha importado una mierda lo que
dijeran los demás y que siempre ha hecho lo que ha querido, lo que le ha venido
en ganas.
Y
para eso, hay que tener muchos ovarios!!!
Me gusto Luis. Muchos de nosotros lo hemos vivido y nos aferramos a los dimes y diretes de las comadres de turno. Jorge
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