Trinidad es por hoy un pueblo chato, arenoso y casi olvidado,
pero bien recordado por muchos; nada que ver con sus tiempos de esplendor,
cuando caminaban sus calles los soldados, obreros, empresarios, nada que ver
con esa Trinidad pujante de los años 50´.
El pueblo se fue muriendo con el cierre de sus fábricas, el
traslado del batallón del ejército, la sequía de los yacimientos y pozos de
agua; con los años todo se fue desdibujando con una crueldad imposible de
comprender.
Los pobladores de un día a otro fueron abandonando sus casas,
sus comercios, desaparecieron hasta los perros; solo quedaron , como fantasmas
inmersos en el pasado, las personas mayores que no tenían posibilidades para
otra vida; en unos pocos años Trinidad desapareció hasta de los mapas.
Entre ese desperdicio humano que fue quedando en el pueblo,
están las viejas meretrices que en los tiempos de abundancia supieron ser la
alegría y el desenfado de todo hombre que llegaba a la zona; Trinidad, además
de su riqueza industrial y comercial, supo tener las mejores putas y eso
también le sirvió para crecer.
Siempre han vivido en Trinidad las más bellas mujeres,
dedicadas al noble arte de servir al prójimo, motivo por el cual la fama se fue
extendiendo por todas partes, de modo que no sólo llegaban a él clientes de los
pueblos cercanos, sino también de la Capital, y hasta de otras provincias,
tanta era la hermosura de las mujeres que vivían en Trinidad.
También llegaban al pueblo muchas jóvenes que deseaban probar
fortuna, pues cuando una niña era muy bella, y tenía vocación de servicio, sus
allegados le aconsejaban: “Deberías irte a vivir a Trinidad”. Y fue así como el
pueblo se fue convirtiendo en un gran burdel, lleno de hermosas samaritanas
dispuestas a alegrar la vida de los hombres tristes.
Durante mucho tiempo, aquel pueblo prodigioso alimentó las
fantasías y calentó los corazones de empresarios, obreros, soldados y cuanto
hombre solitario que requiriera de atenciones amorosas
Pero los buenos tiempos de Trinidad han pasado. Ya no llegan
jóvenes en busca de un futuro promisorio, y las pocas putas que aún quedan en
el pueblo son ya muy viejitas, todas usan gruesos lentes y dentaduras postizas,
y caminan lentamente dando pequeños pasitos y ayudándose con sus bastones.
Nadie sabe cuántos años tienen las putas de Trinidad, ya no
cumplen años y siempre se cuidaron de contarlos, hace muchos, muchísimos años
que han dejado de llegar a él muchachas jóvenes. Los ancianos más memoriosos de
los pueblos vecinos narran que alguna vez pasaron una noche de pasión en
Trinidad, y algunos hasta recuerdan, con cierta nostalgia viril, hechos
escabrosos y hasta los nombres de las chicas que los acompañaron.
Hoy, esas tiernas y adoradas viejitas se reúnen por las
tardes en la plaza a recordar y hablar de los tiempos de oro, cuando todo el
pueblo era una fiesta de amor, y las luces de las casas quedaban encendidas
hasta altas horas de la madrugada, y había baile y se bebía y se amaba al
prójimo; el anecdotario es inmenso y también sus fantasías.
Como la mayoría de ellas ya ha perdido la memoria, los
relatos son en general inventados, de modo que la historia del solitario pueblo
se va enriqueciendo cada vez más con fantásticos relatos sobre supuestos “reyes
y príncipes famosos” que alguna vez pasaron por allí.
Ya ninguna de ellas puede trabajar, porque apenas sí pueden
con sus vidas, algunos turistas que se acercan a la región les llevan bolsas
con alimentos y bebidas, y así sobreviven las pobrecitas. Cada vez que ven
llegar a uno de esos turistas, ellas creen que se trata de un nuevo cliente que
viene a verlas, y le brindan toda clase de honores, disputándose el privilegio
de atenderlo.
Ahora el pueblo es visitado por más gente gracias a esas
prostitutas que todas las tardes frecuentan la plaza central llenas de anécdotas;
los turistas ávidos de escuchar fabulosas historias se acercan con sus bolsas y
canasta de alimentos y bebidas para compartir pasajes sobre las épocas doradas
del pueblo de las putas.
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